Seamos bienvenidos al desierto de lo real; al yermo de las sensaciones. A lo largo y ancho de este mundo, así como de su diaspora cultural y, más recientemente, de su extensión proto-intangible-digital, la realidad se ha convertido (o reformado) en un manto verde de proyecciones fantasticas. Lo real (material) y la esencia de la verdad (hechos objetivos) han sido licuados el uno con el otro. Ya no hay hechos concretos, sino apenas la percepción de sucesos entralazados por una compleja red de variables y constantes que rebasan cualquier capacidad de entendimiento solido, lógico y consecuente. La tragedia criptoanarquista, en su raíz anarcocapitalista, es la existencia del corporativismo tecnofeudalista de nuestros tiempos. Y he ahí la cuna del mounstruo: un dios feudal que a su vez es amo de aquellos a los que se les llama como señor. En esta torre-laberinto de Babel nosotros, quienes resultamos en el +90% de la civilización total del planeta, no somos más que corderos y aradores al mismo tiempo: vivivmos en la ilusión de la posesión y en cada acto de esfuerzo producimos -sin quererlo- los eslabones que nos oprimen el cuello. Nuestro nuevo dios en el cielo habita una nube distante. Su castillo es una ilusión material de complejas conexiones, plástico endurecido, cobre y metal. Tiene mil y un formas, mil y un caras, mil y un voces. Conoce todos los idiomas y dialectos. Controla a aquellos que nos controlan y reina sobre aquellos que reinan. Nos vigila por el día, la noche y deja caer sobre nosotros su ira y su goce por igual.